Ella nos ve venir, sus pequeños ojos oscuros se iluminan y corre a nuestro encuentro. Es sábado, unos minutos antes de las 8 de la mañana. Hoy la escuela esta vacía, pero ella es una de los tantos niños que viven en la pequeña casa contigua. Como a todos ellos, el HIV le ha robado sus padres y muchas ilusiones. Constance tiene 5 años, una timidez que comienza a revelarse después de algunos encuentros, y muchas ganas de jugar, de disfrutar con sus amigos, de aprender, de vivir.
Tal como Constance, el director de la escuela Sr. Mumba, y unos pocos maestros, padres y tutores, nos están esperando para comenzar con la tarea. Peter, un amigo del pueblo, nos ha ayudado a organizarlos y comprar los materiales el día anterior.
Deshojamos las paredes de las viejas cartulinas pegadas, de las pequeñas inspiraciones de niños de 7 años, de algunos carteles previniendo el embarazo en la adolescencia y de otros relacionados con el HIV, un tema de todos los días y de todas las familias en Kapiri. Las espátulas traen consigo rastros de pintura vieja, los cepillos de acero levantan una polvareda blanca y nuestros cuerpos bailan al ritmo de “Ona Mami” que sonaba en una radio dínamo. Mientras tanto, se prepara el cemento que tapara las forzosas ventilaciones en lo alto de las paredes y mejorara la rampa de entrada a las aulas.
Llegado el mediodía, el cansancio, el hambre y la sed, nos invita a saborear un plato lleno de Nshima, algunas patas de pollo y una botella de coca fría, mientras planeamos la tarde de brocha y pintura. Cerca de las 14 horas, los colores blanco y celeste que fueron elegidos por los niños, comienzan a dar otro aspecto a las viejas aulas.
Cuando la noche se avecina, las tres aulas y algunas paredes de afuera han recibido su primera mano. Todos mostramos una sonrisa en nuestras caras. Constance sigue jugando...